Molly Burch – Daydreamer
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Creo que ese pop sofisticado que tanto bebe de los setenta y de los primeros ochenta está bastante saturado. Lo que hace más o menos una década empezó como un revival interesante que rescataba de manera inteligente un sonido que, en su día, no era muy bien visto, se ha convertido en un autentico plomazo lleno de bandas que no dicen absolutamente nada. Muchas de ellas sí que consiguen dar con ese sonido elegante y preciosista característico de esta tendencia, pero no van más allá, y al final terminan haciendo temas que se olvidan al poco tiempo de escucharlos. Aunque siempre hay excepciones. Una de ellas, por supuesto, es Tennis que, en parte, son los culpables de este revival. Y otra es Molly Burch, que empezó su carrera de una forma más retro, y que ha terminado muy bien instalada en este sonido.
Molly Burch empezó una alianza musical con Jack Tatum, alias Wild Nothing, en 2020, cuando compusieron juntos esa estupenda “Emotion” que acabaría incluida en el anterior trabajo de Burch. Y esta alianza llega mucho más allá en este ‘Daydreamer’, un disco en el que, como es habitual, Burch ha compuesto todas las canciones, pero Tatum se ha encargado de producirlo y de tocar el bajo, la guitarra y el sintetizador. Algo que se nota bastante en buena parte del disco, porque, además de ese soft-pop que comentaba más arriba, aquí hay momentos más bailables, algunos más sintéticos, y hasta algo de ese indie-pop que protagoniza la música de Wild Nothing.
‘Daydreamer’ nace de un viaje al pasado que Molly Burch hizo recientemente. Un buen día, antes de mudarse de su Austin natal a Los Ángeles, tuvo que pasar por casa de sus padres para revisar sus cosas de la infancia antes de que acabaran en la basura. Ahí fue cuando leyó los diarios que escribió a los trece años y llegó a la conclusión de que ahí empezaron todos sus males, como la ansiedad y el trastorno alimenticio que la han acompañado durante años. Pero también le sirvió para darse cuenta de que tenia que solucionar y parar esos hábitos. Quizá, por eso, estamos ante un álbum que está lleno de vida, y de temas de pop vibrante. Como esa “2003” marcada por un teclado juguetón y unas guitarras luminosas. O esa “Unconditional” llena de pianos house que te lleva directamente a la pista de baile. Además del funk contagioso de “Heartburn”.
Todo es más grandilocuente y preciosista en este trabajo. Y hay que decir que, aquí, funciona muy bien eso de “más es más”. Gracias al uso de las cuerdas y de los paisajes de los teclados ensoñadores, su pop sofisticado se llena de vida en canciones como “Made of Glass” o “Champion”, que son estupendas. Y ojo con el saxo que corona la segunda, que es una delicia. Pero también funciona muy bien cuando se mete en terrenos propios del pop ochentero. Ahí nos deja “Physical” y “Baby Watch My Tears Dry”, que le ponen las hombreras y los cardados al disco. Incluso una balada como “Tattoo”, que está dedicada a una amiga del instituto que se suicidó, suena grande y épica gracias a esas cuerdas que acompañan el piano y la voz de Burch. Además del arpa que la adorna.
7,7
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