Anna Calvi – Hunter

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Resulta curioso, pero es la primera vez que hablo de Anna Calvi en todos los años que llevo con este blog. Y es que, siempre había pasado de ella hasta que la vi en un festival hace cuatro años. Allí, creo que fue en el horroroso DCode, la británica me dejó alucinado con su rock crudo a lo PJ Harvey y su fantástico directo. Pero no solo con eso, también con su soltura a la hora de tocar la guitarra y con su presencia encima del escenario, dos cosas con las que me dejó bien claro que es de una de las grandes artistas de la actualidad. Desde entonces, no había vuelto a editar nada (por aquél entonces estaba en la gira de presentación de su segundo trabajo), hasta hoy, que es el día en que se publica su tercer trabajo.

Hunter” es un disco absolutamente feminista, en el que Calvi se cuestiona constantemente el género de las personas, y si realmente merece la pena clasificar a la gente por su sexo. Para plasmar estas ideas, se ha rodeado de un equipo de lujo, donde encontramos a Adrian Utley de Portishead, y a Martyn Casey, bajista de los Bad Seeds de Nick Cave. Además de la producción de Nick Launay, al cual recurrió porque le gustaba el sonido de las baterías de “Flowers of Romance”, el disco de PIL que produjo en 1981. El resultado es estupendo, creando una obra envolvente y cruda, en la que la propia Calvi también prueba nuevos sonidos con su guitarra. Y sí, las baterías molan mucho.

El disco no puede empezar mejor y más potente. ‘As a Man’ es un tema grandilocuente (en parte por esas baterías de las que hablaba más arriba), en el que Calvi se acerca un poco más, si cabe, a PJ Harvey. Eso sí, poniéndole su sello de identidad, ya que la creadora de “Rid of Me” jamás haría una canción tan épica como esta. Y es que, cuando pisa el pedal de distorsión, no hay quien la pare. Otro ejemplo de esto es la fantástica ‘Don’t Beat the Girl Out of My Boy’, a la que casi llega al éxtasis en esa desgarradora parte central. Más escurridiza es ‘Indies or Paradise’, en la que está un poco más cruda y misteriosa de lo normal. Una crudeza que también aparece en ‘Chain’, y en parte de ‘Wish’, en la que, además, casi se nos lanza a la pista de baile.

No todo son guitarras rudas en este trabajo, la británica también sabe lo que es hacer temas delicados y ensoñadores. Es el caso del corte que le da título al álbum, en la que se deja envolver por un manto de teclados que le sienta muy bien. O de la elegante y sedosa ‘Swimming Pool’, donde aparece la que podríamos llamar su faceta más Kate Bush. Una faceta que también aparece en ‘Eden’, el precioso tema con el que cierra un disco realmente interesante.

7,9

Hater – Siesta

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Una de las cosas que más me gustaban del primer álbum de Hater, era ese toque de lo-fi que le metían a sus canciones tan sumamente pop. Gracias a esto, les salió un disco fresco en el que el indie-pop de toda la vida se fusionaba con ese puntito de suciedad, dejándonos unas canciones directas y con mucha garra. Algo que han perdido en buena parte de su segundo trabajo, que ya no cuenta con esa pátina de baja fidelidad y termina resultando un tanto soso. Además, para colmo, se las ha ido la mano con la duración, y de los 25 minutos de su debut, pasamos a casi una hora. Y eso en un disco de estas características es demasiado.

En “Siesta”, así, en castellano, sigue habiendo buenas melodías y estribillos deliciosos, pero algo no termina de cuajar. Ahora son otra banda más de pop sueco, y sus canciones ya no cuentan con esa frescura del principio. Es más, temas como ‘It’s So Easy’ o ‘Fall Off’, podrían pertenecer perfectamente a Shout Out Louds. De hecho, curiosamente, son los dos singles, y no creo que esta elección haya sido casual. Y no pasa nada, porque están bien, entran a la primera, y son bonitas y muy disfrutables. Algo que también se puede aplicar a temas como ‘Things To Keep Up With’, ‘Cut Me Loose’ y ‘Why It Works Out Fine’, la cual, con esos coros masculinos que aparecen de vez en cuando, me parece la mejor canción del todo el disco.

De ese sonido más sucio de su primer álbum también queda algo. ‘Closer’, que comienza como una canción inofensiva, va subiendo de intensidad poco a poco hasta que las guitarras distorsionadas se convierten en protagonistas. Algo parecido a lo que ocurre con ‘Your Head Your Mind’, que es de lo más vibrante y me ha dejado con las mismas buenas sensaciones con las que me dejó su debut. Buena parte del resto del disco son baladas, en las cuales, aciertan a medias. Si les funciona ponerse un poco más melosos en cortes como ‘All That Your Dreams Taught Me’ y ‘Seems So Hard’, y esa ‘I Wish I Gave You More Time Because I Love You’ que tanto tira de Camera Obscura, es bien bonita. Sin embargo, los casi cinco minutos de ‘The Mornings’ son bastante sosos.

No estamos ante un mal disco, la gran mayoría de las canciones son notables, pero si tengo la sensación de que han perdido buena parte del encanto de su debut y que se han convertido en una banda más. Además, el exceso de duración del álbum no ayuda.

7,4

The Molochs – Flowers In The Spring

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Me gusta que los grupos vayan a su bola y no sigan la corriente que impera en la actualidad musical. Tirar de una música tan retro como la que hacen The Molochs en pleno 2018 casi es un suicidio, pero el dúo de Los Angeles conoce muy bien el camino que tiene que coger. Su segundo trabajo, y el que prácticamente les dio a conocer, era una estupenda colección de canciones en la que The Byrds, los primeros Rolling, la psicodelia de Syd Barrett, o la Velvet, eran sus máximas influencias. Un refrito de una época lejana que ahora repiten en su tercer trabajo. Y sí, vuelven a sonar frescos con unas referencias tan manidas como estas. Algo que no resulta fácil de conseguir.

Aquí no hay golpes de efecto para cautivar al oyente a la primera, “Flowers In The Spring” es un disco en el que las canciones no tienen ni trampa ni cartón. Una colección de temas en los que las melodías pop se alinean con esas guitarras limpias y luminosas tan características de la psicodelia de los sesenta. Aunque, según ellos mismos, hay algún cambio. Por ejemplo, en ‘I Wanna Say To You’, el que es el primer single, y donde afirman que, además contar una notable influencia del ‘Rain’ de los Beatles, también se han fijado en la escena neozelandesa de los ochenta. Quizá, por eso, parece un cruce entre los Stone Roses y Pavement. Y lo cierto es que hay parte del álbum que sigue ese mismo rollo, y no es difícil ver estas influencias temas como ‘To Kick In A Lover’s Door’, ‘And She’s Sleeping Now’, ‘Too Lost In Love’ o ‘Wade In The Water’, las cuales funcionan estupendamente.

Si hay algo en lo que The Molochs son especialistas, es en fabricar deliciosos temas de pop retro. Resulta increíble lo fácil que lo hacen en canciones como ‘A Little Glimpse Of Death’ o ‘First Time I Saw You’, que son vibrantes y de lo más pegadizas. Pero también saben lo que es hacer un buen medio tiempo, como es el caso de las delicadas ‘Shadow Of A Girl’ y ‘She Glows’, que son deliciosas. Como también lo es ‘All The Things That Happen To Me’, esa maravilla pop que cierra el álbum con una tormenta psicodélica.

A The Molochs solo les pedimos que hagan pop retro y de alta calidad, y ellos han vuelto a cumplir sobradamente.

7,8

Jenn Champion – Single Rider

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Jenn Champion es una artista norteamericana que lleva más de veinte años en el mundo de la música. Empezó su carrera con el grupo Carissa’s Wierd, una banda de folk-rock lo-fi de Seattle que tuvo un cierto éxito a principio de la década pasada – me chivan en los comentarios que sus otros miembros acabaron formando Band of Horses-. Más tarde se embarcó en un proyecto en solitario bajo el nombre de S, con el que, incluso, llegó a grabar un disco producido por Chris Walla, antiguo miembro de Death Cab For Cutie -por cierto, que malo es el último trabajo de estos-. En él, se dejaba llevar por el indie-rock, pero también se adentraba en otros terrenos más electrónicos. Algo que ha potenciado en “Single Rider”, el que es el primer trabajo bajo su nombre.

Estamos ante un disco de pop electrónico elegante, en el que la norteamericana utiliza los sintetizadores para crear paisajes sonoros un tanto ensoñadores, y algo oníricos. Eso sí, menos en el tema que lo abre, donde nos encontramos con ‘O.M.G. (I’m All Over It)’, un corte muchos más pop que el resto del álbum. Aquí aparece su lado más ochentero y más desenfadado, dejándonos un hit potencial en toda regla. El resto del disco, salvo la deliciosa ‘Holding On’, tira hacia otro lado. Concretamente, un lado más oscuro. Canciones como ‘Coming for You’ o ‘Never Giving In’ podrían estar interpretadas por unos Chromatics con ganas de acercarse al pop, y la verdad es que se le da muy bien este rollo. Al igual que se le da bien ponerse elegante (lo que hace un saxo) en ‘You Knew’ y ‘Time To Regulate’, en la que, por cierto, también se pone un poco bailonga.

El disco cambia de tercio en su parte final, donde tres baladas al piano se convierten en protagonistas. Algo que no sorprenderá a los que ya han escuchado sus anteriores trabajos, porque en ellos era habitual que aparecieran este tipo de canciones. Quizá, en este caso, no terminan de encajar con el resto del álbum, pero sí es cierto que suenan bastante bien. Sobre todo ‘Going Nowhere’, que es la encargada de cerrar el disco.

Single Rider” es un buen disco de pop, y lo que parece ser la confirmación de una artista que lleva demasiado tiempo de un lado para otro. Eso sí, por ponerle una pega, voy a decir que tenía que haber metido ‘No One’, el pedazo de single en clave synth-pop que editó en 2016.

7,6

Cullen Omori – The Diet

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El pobre Cullen Omori debe de estar tirándose de los pelos al ver que sus antiguos compañeros de banda cuentan con millones de reproducciones en las plataformas de streaming con Whitney, el proyecto que formaron cuando se disolvieron Smith Westerns, mientras él es incapaz de llegar al millón con su tema más popular, el genial ‘Cinnamon’. Pero no pasa nada, porque, a pesar de que también le han ganado la partida con la crítica, puede estar orgulloso de su proyecto en solitario. Su primer trabajo estaba muy bien, y en su nuevo álbum sigue por el buen camino. Y es que, aunque le acusen de continuismo porque ha decidido continuar con el sonido de su antigua banda, el chico tiene bastante talento.

The Diet” es otro disco de pop con tintes de psicodelia. Sí, eso es verdad, no hace nada nuevo, pero lo que hace, lo hace muy bien, y con eso me basta. Solo hay que escuchar ‘Four Years’, la canción que abre el álbum, para darse cuenta de que el chico tiene un talento especial para crear este tipo de temas. Estamos ante otro corte de pop perfecto con un estribillo luminoso y efusivo, y una melodía de las que se agarran al cerebro al instante. Algo que también ocurre con ‘Happiness Reigns’, el otro corte del disco abiertamente pop. Y es que, no obstante, son los dos singles del álbum.

Hay que reconocer que el resto del disco es un poco más difícil de vender. La gran mayoría de las canciones son medios tiempos o baladas, las cuales resuelve muy bien, pero sí es cierto que no es tan fácil de digerir. Pero, sí nos quitamos la pereza de encima, y le damos unas cuantas escuchas, nos encontramos con que temas como ‘Borderline Friends’, ‘All By Yourself’, ‘Black Rainbow’ o ‘Queen’, son preciosos. Además, cuando sube un poco el tono y la luminosidad (sin acercarse a los niveles de los singles), aparecen joyas como ‘Natural Woman’ y ‘Last Line’, que son maravillosas. Y, para terminar, ‘A Real You’, un esplendoroso corte, en el que deja las guitarras psicodélicas de lado y apuesta por la limpieza absoluta.

Se le pueden poner algunas pegas, como la falta de más hits redondos (‘Cinnamon’ sigue siendo su cima) o la densidad de algunos cortes, pero no deja de ser un disco estupendo lleno de canciones notables.

7,5

Interpol – Marauder

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Sorpresa: tras años de trabajos insulsos y aburridos, Interpol vuelven a sacar un disco realmente interesante. No sé si será la mano de Dave Fridmann, que les ha producido este álbum, o qué, pero la banda neoyorquina ha recuperado la inspiración que hizo de ellos uno de los grandes grupos de la década pasada. Y lo mejor de todo es que también han recuperado su capacidad para hacer buenos estribillos y sacarse alguna que otra melodía sobresaliente. Si es cierto que el sonido es el mismo de siempre, y esa oscuridad áspera que les caracteriza vuelve a ser la misma, pero cuando las canciones funcionan, esto, se ve de otra manera.

Ya no recuerdo el último disco de Interpol que contaba con un inicio tan potente. Las cuatro primeras canciones de este trabajo son estupendas, y en ellas, la banda de Paul Banks vuelve al hit puro y duro. En ‘If You Really Love Nothing’ suenan más pop que nunca, pero sin perder su personalidad; ‘The Rover’ es un puro trallazo Interpol con un estribillo memorable; ‘Complications’ se mueve en un mundo más escurridizo, pero lo resuelven con un punto melódico más que interesante, y ‘Flight of Fancy’ es una preciosa canción envuelta en un mar de guitarras sucias y potentes. Tras ellas, llega uno de los bajones del disco con ‘Stay in Touch’, una de esas típicas canciones secas que tanto les gustan, y que no me dicen absolutamente nada. Pero, afortunadamente, hay muchas más cosas interesantes en el resto del álbum.

Estamos ante el disco con el sonido más sucio de la banda, algo que no deja de ser curioso siendo Fridmann el productor, que es conocido por sacar sonidos mucho más limpios y luminosos. Lo bueno es que esa suciedad no está reñida con la faceta más pop y melódica de la banda. Algo que resulta evidente en ‘Mountain Chiley’ y ‘NYSMAW’, otros dos de los puntos fuertes del disco. Incluso en ‘Number 10’, que es un poco más áspera, también se puede ver esto. Y ojo, porque cuando se quitan parte de esa suciedad, es para hacer temas más reposados, como es el caso de ‘Surveillance’ y ‘It Probably Matters’, que también funcionan bastante bien.

Pues sí, salvo un par de temas más crudos que no me gustan nada, el nuevo trabajo de Interpol me ha sorprendido muy gratamente, y me ha reconciliado con una banda que me fascinaba al principio de su carrera, pero que, poco a poco, me fue dando igual.

7,7

Still Corners – Slow Air

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Estaba claro que, tarde o temprano, Still Corners tenían que cambiar el chip. Su dream-pop oscuro con tintes electrónicos no daba más de sí y, a pesar de que su anterior trabajo contaba con algún tema redondo, su fórmula se estaba agotando. Por eso han decidido cambiar de tercio en su nuevo álbum. Aunque, para ser justos, hay que decir que el cambio no es muy radical. Sí que se han quitado de encima su faceta más oscura, y la electrónica es mucho menos protagonista, pero su mundo ensoñador sigue siendo el mismo.

Una vez más, la banda inglesa adapta su música a la ciudad o el país donde residen. Si en sus anteriores trabajos servían de banda sonora para una fría y lluviosa Londres, en este, cambian de tercio. Y es que, el dúo, se mudó a Austin para grabar este disco, y el resultado no puede sonar más americano. Temas como ‘In The Middle of the Night’, ‘The Message’ o ‘Black Lagoon’, te transportan directamente al desierto americano. No obstante, el vídeo de ésta última, está grabado en la mítica Ruta 66. Incluso en un tema instrumental, y casi ambient, como es el caso de ‘Welcome to Slow Air’, podemos escuchar algún ingrediente puramente americano (esa slide guitar del final les delata).

Parte del álbum tiene un cierto toque a su pasado. Pero sí es cierto que se han relajado mucho. Si esperáis encontrar algún tema tipo ‘Berlin Lovers’ o ‘Lost Boys’, ya os podéis ir olvidando, aquí no hay nada de eso. Si hay buenos temas de dream-pop reposado, como es el caso de la preciosa ‘Bad Movies’, que casi parece una canción de los primeros Beach House. O esa bonita ‘Dreamlands’, la cual suena bastante luminosa. Aunque lo mejor viene en la épica ‘The Photograph’ y en su tormenta eléctrica final. Y, por si esto fuera poco, cuando recuperan su faceta más electrónica, se van hacia terrenos más esquivos. Solo hay que ‘Whisper’ y ‘Long Goodbyes’, que se mueven en un terreno más ambiental y cercano al mundo de las bandas sonoras. Afortunadamente, en ‘Fade Out’, sí que consiguen dar con un buen tema que se aproxima al synth-pop, el cual, evidentemente, acaba con un fade out.

Sí es cierto que necesitaban un cambio, pero, quizás, se les ha ido de las manos y andan un poco perdidos entre su mundo británico y su mundo norteamericano.

7,4

Wild Nothing – Indigo

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De todas las bandas que salieron de aquello que se hizo llamar Chillwave, son muy pocas las que han sobrevivido decentemente. Una de ellas es Wild Nothing, el proyecto de Jack Tatum, el cual, con los años, ha ido ganando en calidad. Si es cierto que, quizá, sus discos ya no tienen la frescura de sus comienzos, pero lo que ha perdido en inmediatez se lo ha llevado en producción. Y es que, resulta curioso, pero Tatum se ha convertido en todo un experto en recrear sonidos propios de los ochenta, y en hacer con ellos unas canciones que son una auténtica delicia. Algo que repite en su nuevo trabajo.

Al contrario que su anterior disco, el notable “Life of Pause”, “Indigo” está grabado al completo en casa del propio Tatum. Aunque, eso sí, esas primeras grabaciones pasaron luego por el filtro del estudio y la producción de Jorge Elbrecht (Ariel Pink, Gang Gang Dance, Japanese Breakfast). Supongo que será por eso que no hay tanta diferencia de sonido con el trabajo anterior. Y es que, Tatum, sigue llenando su música de sonidos ensoñadores, mantas de teclados que chocan con alguna guitarra distorsionada, y algún saxo que otro que se cuela de vez en cuando. De ahí que su música nos recuerde tanto a de los ochenta.

Indigo” es otro disco notable, pero se le pueden poner algunas pegas. Una de ellas es que el mejor corte del disco sea el que lo abre y que a partir de ahí vaya cuesta abajo. ‘Letting Go’ es un clásico, pero muy efectivo, hit de indie-pop ensoñador con el que Tatum vuelve a brillar a lo grande. De estos hay alguno más en el disco, y aunque ninguno supera el primer corte del álbum, hay alguno se queda cerca. Es el caso de ‘Oscilation’, donde se saca de la manga un tema que, a mí, personalmente, me ha recordado a unos Psychedelic Furs un tanto poperos. Otro tema que también está muy arriba es el juguetón y amable ‘Through Windows’, donde fusiona el indie-pop con la elegancia ochentera. Algo que también hace en la menos redonda ‘Wheel of Misfortune’. Pero si hablamos de influencias de los ochenta, hay que mencionar ‘Partners in Motion’, ‘Canyon on Fire’ y ‘Flawed Translation’, dos temas con los que es imposible no echar la vista atrás y recordar como sonaba el pop de aquellos años. Y ojo, que cuando se pone un poco más oscuro, también nos deja alguna perla que otra, como ‘The Closest Thing to Living’, donde no puede negar que se ha fijado un poquito en los Cocteau Twins.

Puede que este nuevo trabajo esté un peldaño por debajo de su anterior álbum, pero no deja de ser un disco recomendable y una prueba de que este chico sabe lo que se hace.

7,5

Mitski – Be The Cowboy

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Tras un mes de vacaciones, no encuentro mejor forma de recuperar la actividad del blog que con el nuevo disco de Mitski. Y es que, sin duda alguna, la cantante norteamericana se ha convertido en una de las grandes artistas de esta década. La culpa la tuvo “Puberty 2”, su cuarto trabajo y el disco que la catapultó a la fama hace un par de años. Ahí ya se podía ver que tenía un talento especial para contar historias y fabricar grandes canciones de indie-rock. Algo que confirma en su quinto trabajo, el cual, si nos fiamos de las primeras críticas que están saliendo, va camino de convertirse en el disco del año. Algo a lo que yo no voy a poner ninguna pega.

Be The Cowboy” es un disco que explora el dolor y la locura de las relaciones personales. Pero no os dejéis engañar, aunque esto pueda sonar deprimente, Mitski se saca de la manga un sentido del humor de lo más sarcástico. Como ejemplo tenemos esa ‘Lonesome Love’, donde deja claro que hay veces que es mejor estar sola que acompañada (“nobody fucks me like me”). O ese gran single que es ‘Nobody’, en el cual nos cuenta lo sola que esta con un ritmo de lo más bailongo y de la forma más alegre posible. Aunque, evidentemente, no todo el disco tira por ese camino, también sabe cuándo ponerse más intensa o cuándo tiene que sacar su vena más intimista. Es el caso de la épica y orquestal ‘Geyser’, con la que abre el álbum a lo grande. O de ‘Old Friend’, ‘Come Into the Winter’ y la maravillosa ‘Two Slow Dancers’, que forman parte de la faceta más reposada del disco.

Musicalmente, estamos ante un trabajo más ecléctico que los anteriores, y a sus habituales himnos de indie-rock crudo hay que añadir un poco de electrónica. Ahí está esa ‘Why Didn’t You Stop Me?’, donde se deja llevar una base de lo más sintética. Aunque, eso sí, no puede evitar que las guitarras distorsionadas tengan un poco de protagonismo en la canción. Algo que también ocurre en ‘Washing Machine Heart’, el otro tema con tintes electrónicos del disco. Y es que, le das un poco de distorsión y te hace maravillas. Prueba de ello son ‘A Pearl’ o ‘Remember My Name’, donde las guitarras rugen de la mejor forma posible. Y, por si esto fuera poco, también saca algo de tiempo para acercarse al soul clásico y sacarse de la manga un temazo como ‘Me and My Husband’. ¿Qué más se puede pedir?

8,5